sábado, 17 de enero de 2009

HOY, ¿PARA QUÉ ENSEÑAR CIENCIAS SOCIALES?

 

 

Juan Ricardo Hernández P.

Las ciencias sociales nacieron y se desarrollaron en la medida que las relaciones capitalistas de producción se fueron cualificando y aumentaron los conflictos entre obreros y patronos. Esta situación estructural condujo a la búsqueda de explicación a las contradicciones sociales que permeaban la sociedad industrial. Por tanto, durante el siglo XIX y los primeros 80 años del siglo XX, los cientistas sociales se dedicaron unos, a justificar la sociedad capitalista y otros a construir propuestas societales que vinieran a superar cualitativamente ese régimen social. De esta manera nace el Materialismo Histórico, corriente filosófica que levantaba la bandera política del socialismo como la alternativa más viable frente al capitalismo.

Durante décadas, la razón de ser de las ciencias sociales descansó en utilizar a cada una de ellas como mecanismo de concientización entre los estudiantes para formar en términos sociales y políticos los hombres y mujeres que transformarían la sociedad. El socialismo se difundía como la panacea del mundo y la educación como la vía más eficaz para lograr entrar en las redes de este nuevo sistema social.

Cuando se aplicó en términos prácticos a nivel político, el modelo teórico socialista, concluyó a larga en sociedades autoritarias, excluyentes y antidemocráticas. Sin embargo, el somnífero de la ideología sumado a la represión permitió que por muchos años el socialismo se continuara presentando como modelo de bienestar social. Todo se quiso cubrir con esta sábana; no obstante, llegó un momento en que fue necesario rasgar el manto y comenzar de nuevo a buscar otros horizontes.

El derrumbamiento de los “socialismos reales” se fundamentó en la necesidad que tenían y tienen muchos pueblos y grupos étnicos de ser ellos, se cansaron de que otro hablara por ellos. Ser ellos, ser yo, implica volver a las raíces culturales, religiosas, históricas, poder definir su futuro político, en definitiva oponerse a la manipulación ideológica de la cual se abusó tanto en los regímenes socialistas.

Esta crisis del modelo socialista repercutió poderosamente entre las ciencias sociales, se abrió un vacío de paradigma que llevó a que algunos plantearan el fin de la historia, significando la culminación de las contradicciones sociales, pero esencialmente el triunfo del capitalismo sobre el socialismo. Coyunturalmente se llegó a pensar y creer en el agotamiento de las contradicciones y los conflictos sociales. De manera que, las investigaciones y la enseñanza de las ciencias sociales debían dedicarse a justificar el status quo y obviar todo camino que condujera a la transformación social. Las ciencias sociales se despolitizaron y se encerraron meramente en el dato y no en su trascendencia, en su connotación científica, social y política. Estas ciencias perdieron su misión transformadora, por lo que en las aulas profesores y estudiantes entraron en un letargo ideológico, donde los proyectos colectivos no tienen acceso, quedando como protagonista, el individualismo y el yo sin el nosotros.

Ahora bien, el Materialismo Histórico, como paradigma y matriz filosófica, no ha perdido vigencia, continúa siendo un referente importante para comprender los conflictos presentes en la sociedad. La dialéctica no ha desaparecido de la sociedad, pues esta jamás caerá en el estatismo. Incluso, las alternativas educativas, sociales y políticas actualmente, se están construyendo a partir de las permanentes revisiones que se le están haciendo al materialismo histórico. Desde luego, este ha dejado de constituir una receta, lo cual es un paso importante, ya que se ha demostrado la infuncionabilidad de los recetarios, pues nos conducen a obviar las particularidades de cada país. Además, las recetas empujan las ciencias sociales hacia el fundamentalismo, que sólo funciona en el ámbito de las religiones.

Parecería como si enseñar ciencias sociales hoy, no tuviera sentido. En verdad, el uniforme de la transformación, de la criticidad y de la reflexión ha desaparecido del discurso pedagógico de la gran mayoría de los profesores del área de ciencias sociales, tanto en el nivel básico, medio y universitario. Se considera el aula como un escenario más donde caemos empujados por el pluriempleo.

La historia, por ejemplo, se ha convertido en la ciencia muerta del pasado, a la cual no se le permite tocar el presente, porque fácilmente puede lacerar determinados intereses políticos. La historia se trata desvinculada de la política y solo se sacan los expedientes históricos que favorecen la posición política del profesor/a en una determinada coyuntura.

Más que alejarse de la realidad social, en un país donde los niveles de pobreza aumentan de manera vertiginosa, las ciencias sociales y, por tanto, los profesores/as del área, están desafiados a vincularse directamente a su entorno con una misión propositiva, a tal punto que desde las ciencias sociales se pueda orientar a los hombres y mujeres de las diferentes comunidades, con la finalidad de construir proyectos sociales basados en la inclusión, la participación y en la democracia participativa.

En esa dirección, los profesores/as de ciencias sociales debemos paulatinamente irnos quitando el chaleco de la pasión, el subjetivismo y asumir nuestra condición de verdaderos cientistas que contribuyan a la evolución de la sociedad, en el marco de unos parámetros sociales que apunten hacia un desarrollo integral de los pueblos.

Esto será así en la medida que rompamos las cuatro paredes del aula y convirtamos la comunidad en un escenario pedagógico y asumamos la actualización permanente como una devoción. Es que todavía estamos atados a lecturas –si alguna vez la hicimos- que cargan con años y años de atraso.

La actualización profesional no depende exclusivamente de las políticas de formación de las instituciones educativas, esta implica un nivel de interiorización del valor formativo de la lectura, de la investigación social, de la creatividad, amerita creer en eso. De ser así, toda esa carga positiva se la podremos transmitir a los estudiantes. El vacío formativo y de valores que reflejan los estudiantes, en cierta parte, es una expresión de nuestras indefiniciones, posiciones camaleónicas, carencias de propuestas analíticas y apatía a la inversión en recursos pedagógicos, lo que redunda en un bajo nivel de actualización, por creernos poseedores de formulas eternas con las cuales les daremos siempre respuestas a los intereses de los estudiantes. La enseñanza de las ciencias sociales es un desafío permanente, como lo es la felicidad que todo ser humano desea alcanzar.

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